¿Cotizar, invertir en vivienda o criptomonedas? ¿Estamos preparados para la jubilación?
En mi investigación suelo hablar de cómo no estamos preparados para la vejez, puesto que es una etapa carente de socialización previa. No nos preparan para vivir, entender y aceptar la vejez como una etapa más de nuestra historia social y personal. Sí nos enseñan, por ejemplo, a ser “adultos funcionales”, a prepararnos para ser parte de un mercado laboral que no siempre nos acoge como desearíamos. De hecho, desde nuestra más tierna infancia existe una fuerte presión hacia cómo debe ser nuestro futuro y hacia todos esos “check” que tenemos que ser capaces de cumplir, como el hecho de tener un trabajo, una pareja, hijos, una vivienda en propiedad.
El caso es que, cuando somos niños o adolescentes imaginamos a menudo cómo será nuestra vida adulta (generalmente acertamos poco, la cosas como son) pero una vez llegamos a adultos nos cuesta mucho más pensar en nuestro futuro propio en clave de viejos y viejas. ¿Has pensado cómo serás cuando seas viejo o vieja? ¿Cómo quieres ser? ¿A qué dedicarás tus días? ¿Qué conseguirás con los años de vida que la sociedad en su conjunto ha ganado?
En otros posts hemos hablado de la jubilación desde la perspectiva individual, experiencial, con aquella que tiene que ver más con su experiencia subjetiva y con su carácter de rol definitorio (hablamos de eso aquí). No obstante, la jubilación tiene una dimensión múltiple, ya que también es social, es un derecho adquirido y, por supuesto, tiene una indudable relevancia económica. Será esta dimensión sobre la que reflexionemos hoy a raíz de una de las investigaciones que CENIE acaba de presentar, dirigida por Diego Valero y coordinada por Jaime García. Mezclan vejez, conducta, ciclo vital, toma de decisiones y futuro, además de unos cuantos sesgos; ¿cómo no iba a ser interesante? ¿Sabías que, por norma general, esperamos vivir menos años de los que en realidad llegamos a vivir?
Sobre la cuestión de las pensiones se han escrito ríos de tinta y no querría yo ahondar sobre este tema, sino que quiero ir directa hacia la dimensión relacionada que tratan los autores: salud financiera. Me diréis que es “lo mismo”, pues estos autores básicamente parten de preguntarse cómo las personas nos preparamos económicamente para nuestra vejez. Vamos, de otro modo, ¿Tendrás suficiente dinero para vivir en tu vejez? Sé lo fácilmente politizable que es esta pregunta, pero no vamos a responderla, sino a indagar en porqué plantearla es interesante.
El proyecto, promovido desde CENIE, se centra en la cuestión de la salud financiera y cómo prepararnos para ella. Por salud financiera (esa que dice Valero que, junto a la física y a la mental, es la otra imprescindible) se entiende tener el dinero suficiente para cubrir tus necesidades económicas. Expresado de otra forma, el bienestar que sería alcanzado mediante una buena gestión de la propia economía (personal, familiar) para poder hacer frente nuestras necesidades básicas, a imprevistos y, en general, a pagar una buena vida. Sabemos que esto de la “buena vida” es ciertamente, subjetivo, pero nos referiremos aquí a esos mínimos comunes que nos permiten ser capaces de dormir cada noche sin tener que agobiarnos por el hecho de no tener qué desayunar mañana o por la incertidumbre de si podremos pagar las facturas (previstas o imprevistas).
Los investigadores de este proyecto parten de la detección de una ausencia de educación y cultura financiera generalizada en nuestra sociedad. Me gustaría que no fuese cierto, pero no estamos, en general, educados en determinados conceptos y en sí, la planificación a futuro nos resulta complicada. En el estudio señalan, apoyándose en estudios conductuales, que las personas, a la hora de tomar decisiones financieras (que son decisiones con una alta carga de incertidumbre), nos dejamos llevar por impulsos emocionales y sesgos cognitivos. Algunos de estos serían, por ejemplo, el sesgo de presente, que es la tendencia a sobrevalorar las recompensas inmediatas y a infravalorar las recompensas de largo plazo. Para mí el ejemplo más fácil (y reciente) es el de repetir postre (mi recompensa, maravilla, e inmediata) frente al dormir mejor esa noche (con exceso de postre se duerme peor, creedme).
Los autores de la investigación hablan del “YOLO”, expresión horrible (a mi parecer) y acrónimo de “you only live once” (solo se vive una vez). Esta expresión, que ha llegado a considerarse una especie de eslogan de las generaciones más jóvenes, alude a la exaltación de la priorización de la acción inmediata, y a menudo, de la impulsividad frente a la reflexión previa y pausada en la búsqueda de experiencias vitales y, por supuesto, en la toma de decisiones. Es, podríamos interpretar, una renovación un tanto pervertida (o perversa) de la locución latina “carpe diem”, que nos urgía a aprovechar el día. Sin embargo, mientras que la referida locución tenía una conexión con la idea de “cosechar el día” (y quien cosecha, sabemos, recoge) y su trasfondo era más bien el de aprovechar el tiempo y no malgastarlo (no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy) el concepto “YOLO” iría más enfocado a la urgencia de la acción. Algo así como “no te lo pienses, hazlo”.
Este proyecto sobre salud financiera apunta, y para mí esta cuestión es clave, a la comprensión del ciclo vital como un continuo. Es decir, aluden continuamente (aunque ellos no lo expresan así) a la necesidad de ser conscientes de que lo que tu “yo” de hoy hace, afectará a tu “yo” de mañana. En la referida ausencia de socialización, tendemos a pensar que somos personas diferentes y alejadas de quienes somos hoy, como si la entrada en la vejez nos privase en cierto modo de nuestra identidad para sumirnos en una homogeneidad impuesta que no nos pertenece. Bajo la idea de que la vejez “nos cambia”, parecemos no pensar en esa persona mayor que seremos mañana. Me explico: estamos tan acostumbrados a “maltratar” el concepto de vejez, a despreciar y asociar a contenidos negativos los conceptos de viejo y vieja, que nos resistimos a vernos dentro de ese grupo, a ser uno de ellos. Esto hace que retrasemos decisiones clave, que seamos edadistas con nosotros mismos (el rechazo a la propia vejez) y que no nos preparemos para disfrutar de una etapa vital que cada vez ocupará más años de nuestra vida, años que no tienen por qué ser vividos en negativo.
Si bien para mí entra en juego el edadismo referido y el rechazo a reconocernos como futuros mayores que pueden tener una serie de necesidades distintas de las que tienen hoy, los autores se enfocan en esa priorización por la gratificación del ahora, que es la que nos impediría tener (o, mejor dicho, cumplir) una serie de objetivos a futuro. Plantean que la salud financiera es una combinación de hábitos y emociones, siendo la capacidad financiera el termómetro de la salud financiera. Y los hábitos, como el comportamiento, se pueden cambiar.
En definitiva, los autores abogan por comprender la importancia de la salud financiera y lo analizan desde el marco de las ciencias del comportamiento. Para ello, los autores analizan entre personas de muy distintas edades las estrategias relevantes que han llevado a cabo de cara a la jubilación que realizan, refiriendo principalmente la vivienda, los ahorros, las inversiones financieras y la cotización al sistema público de pensiones. Lo hacen comparando la proporción en cada grupo de edad y todos los resultados tienen significatividad estadística: los jóvenes de 17 a 26 años; los de 27 a 36 (también vamos a llamarles jóvenes, grupo II); un super grupo de entre 36 y 64 (quizá esta agregación me convence menos) y un último grupo que recoge a todos los mayores de 65 años. Los resultados los podéis consultar aquí, aunque yo los apuntaré brevemente:
- Para las personas mayores tener la vivienda principal en propiedad es la mejor inversión, pero no para los más jóvenes (aunque sabemos que tampoco es que sea una decisión al alcance de todos los jóvenes). Tanto la proporción del grupo de 17 a 26 años (45,23%) así como la proporción del grupo de 27 a 36 años (45,45%) que consideran relevante esta inversión son diferentes de la proporción del grupo de edad de mayores de 65 años (66,35%) de forma estadísticamente significativa.
- A medida que avanza la edad, disminuye la población que considera realizar inversiones financieras como un factor importante para la jubilación: los grupos de edad más jóvenes (66,66% para el grupo de entre 17 y 26 años, 50,64% para el grupo de entre 27 y 36 años y 38,38% para el grupo de entre 36 y 64 años) parecen valorarlas más que el grupo de edad de mayores de 65 años (17,75%).
- En lo que respecta a la cotización al sistema público de pensiones se produce la tendencia opuesta: el 7,14% de los encuestados entre 17 y 26 años; el 19,48% para quienes tienen entre 27 y 36 años y 39,78% para el grupo de entre 36 y 64 años, mientras que entre el grupo de edad de mayores de 65 años la proporción asciende al 71,96%. Es decir, a medida que aumenta la edad, mayor proporción de personas consideran importante cotizar al sistema público de pensiones. Esto es especialmente interesante cuando conocemos los resultados de las categorías anteriores. Parece que los más jóvenes consideran más oportuno invertir. No voy a hacer ni un solo chiste sobre las criptomonedas.
- El último factor de los analizados por los autores en el que se encontraron diferencias significativas es el del ahorro. Los resultados, desde mi perspectiva, no hubieran sido los esperables: a medida que avanza la edad parece que disminuye la importancia que se le da al ahorro, pasando de un 78,57% en el grupo de edad de 16 a 26 años hasta un 28,97% en el grupo de edad de mayores de 65 años.
Parte de las explicaciones que se ofrecen desde este estudio y que pueden ayudarnos a comprender no solo los resultados, sino nuestros propios comportamientos, es que preferimos la gratificación en el ahora. Además, una vez que tomamos una decisión, desdecirnos nos cuesta horrores. Aunque quizás haya un mejor trato o una mejor opción, normalmente tendemos a quedarnos con nuestras elecciones previas. Esto se debe a nuestro deseo de ser coherentes con las acciones anteriores, aunque no sea lo mejor para nuestros intereses financieros. Esto pasa también con otras elecciones importante, como con la elección de pareja; es muy habitual que nos quedemos estancados en una relación y no seamos capaces de cambiar, de aceptar bien que nos equivocamos o que esa relación ya no nos aporta el bienestar que un día nos aportó. Por poner un ejemplo más mundano.
Más tarde buscaremos información (o meras excusas) para autoconvencernos de que nuestra elección fue la adecuada, de la misma manera que ahondamos en nuestras propias creencias y no hacemos caso a lo que las contradice. ¿Se te ocurren momentos en los que haces algo parecido? ¿Cómo podrías asegurarte de que estás tomando las decisiones que te ayudarán a convertirte en la mejor versión de ti mismo?